Carlos V terminó de disfrutar el banquete que en su honor ofreció el comerciante Juan Daens con motivo de un negocio apenas cerrado entre ambos, en el cual éste último le había prestado una grande suma de dinero al monarca.
La fiesta sucedió en el elegante hogar del rico mercader que se había lucido con los manjares mas deliciosos posibles y un ambiente digno de ambas personalidades.
Una lujosa fiesta que parecía haber terminado cuando de repente, Daens interrumpió el protocolo al levantarse y hacer unas señas, algo que tomó por sorpresa a todos, en especial al emperador Carlos V que observaba intrigado, mientras los siervos del anfitrión traían una bandeja que emitía un aroma especial por las maderas perfumadas que contenía.
Apenas la entregaron a su patrón, éste recorrió el fino olor de la bandeja, tocó por última vez sus maderas, les prendió fuego y con paciencia esperó el clímax de la lumbre para en ella depositar lentamente el recibo del préstamo recién hecho.
Mientras el papel firmado se consumía ante el asombro de todos, Daens se dirigió al emperador para rendirle tributo de una forma inesperada que hoy nos deja una gran lección: “Su majestad, después de hacerme el honor de comer en mi casa, ya nada me debe. De la deuda solo quedan cenizas”.
Y yo me quedé pensando en la elegancia de reconocer aquellas relaciones y alianzas que valen mucho más que el simple dinero.