Ana Bolena, la reina inglesa que usurpó el trono y destruyó el estado. 

Ana Bolena es la consorte más influyente en la historia de la monarquía inglesa, aunque no tenía la aceptación popular, su influencia se sintió no sólo en la moda entre las damas de la corte, sino en el escenario político y en las decisiones reales. La segunda de las seis esposas del pérfido Enrique VIII es recordada en el imaginario popular como una mujer excesivamente ambiciosa, siendo la detonante de una infidelidad que cambiaría la historia de Europa.

Ana Bolena transcurre gran parte de su infancia en la refinada corte del rey Francisco I, dónde recibe una esmerada educación. Retornando a la corte de Inglaterra en 1522 como dama de la reina Catalina de Aragón, primera esposa de seis esposas que tuvo Enrique VIII.

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Retrato de Ana Bolena.

El cortejo de Enrique VIII y la crisis política de Inglaterra. 

Inmediatamente el atractivo de Bolena impresiona a la corte, y no tarda en atraer la atención del rey, Enrique VIII. Ana Bolena era una mujer bella e inteligente, que hablaba francés con soltura y poseía conocimientos de latín; destacaba en la danza, la música y la poesía, y vestía siempre a la última moda.

Si bien Catalina, la primera esposa de seis que tuvo Enrique VIII, era de facciones rubias y hermosa a pesar de los sucesivos embarazos, la joven Ana Bolena le superaba a esas alturas de su vida en atractivo. Hasta tal punto que nadie se fijaba en el defecto físico de su mano izquierda: tenía seis dedos o, más preciso, cinco y un pequeño muñón que ocultaba con mangas largas, puesto que en Inglaterra aquello podía pasar como un signo de brujería.

Aunque el rey le declara su amor a Ana, Enrique mantiene un breve romance con la hermana mayor, María Bolena, debido a la negativa de Ana. Pero muy pronto vuelve a por Ana y ella se sigue negando a ser su concubina porque sabía de lo pronto que se hartaba el rey de las que le habían servido como amantes.

La joven se resistió al principio, pero con sus reparos se aseguró de que Enrique no la usara como un entretenimiento pasajero y tras poner tierra de por medio trasladándose a Kent, la joven vio cómo el Monarca le escribía reclamando desesperado su amor:

“No sé nada de ti y el tiempo se me hace sumamente largo porque te adoro. Me siento muy desgraciado al ver que el premio a mi amor no es otro que verme separado del ser que más quiero en este mundo”

Ana aspiraba a ocupar el trono de Inglaterra, en consecuencia, coqueteaba con el monarca, se hacía de rogar, sin embargo, rehuía de la consumación carnal. Enrique se apasionó con aquella mujer que se había atrevido a decirle que no. La quiso no solo hacer su amante, sino también su reina y Ana actuaba ya como si fuera la reina; se sentaba en el asiento de Catalina en los banquetes, y lucía espléndidas joyas y suntuosos vestidos púrpura, color reservado para la realeza.

Enamorado locamente, Enrique VIII propuso al Papa una anulación matrimonial basándose en que se había casado con la mujer de su hermano, por lo tanto, el matrimonio era nulo e incestuoso. Catalina se interpuso recordando que ella nunca consumó el matrimonio con Arturo.

Durante dos años la iglesia se niega a conceder el divorcio y esto propicia a una crisis política entre Inglaterra y Roma, que culminó en la separación oficial de la iglesia nacional inglesa y la proclamación del rey como jefe supremo de la Iglesia de Inglaterra. 

Condenando a Inglaterra a la constitución de un nuevo culto, el anglicanismo, influido por la Reforma Luterana. Pocos años antes Enrique había proclamado su adhesión inquebrantable al catolicismo, pero, su deseo por un heredero varón lo arrastra a romper con los vínculos religiosos de su monarquía con el papado.

«Dios salve a la reina». El día de la coronación de Ana Bolena. 

En 1533, el arzobispo de Canterbury declaró nulo el matrimonio con Catalina y el soberano se casó en la Abadía de Westminster con Ana Bolena. La coronación de la reina Ana el 1 de junio de 1533, cuando estaba embarazada de casi seis meses.

La coronación de una reina era un acto simbólico y solemne, con una significación que trascendía la del matrimonio con un rey. No todas las reinas eran coronadas, solo aquellas que eran ungidas realmente tenían conciencia de la santidad especial que eso implicaba. La visible fecundidad de la reina Ana, la convertía en una candidata apropiada para recibir la corona del consorte.

Para prepararse para la ceremonia, la reina Ana fue llevada primero de Greenwich a la Torre de Londres por agua, como era la costumbre. Era el 29 de mayo, ella iba ataviada con una rica tela dorada y estaba siendo escoltada por cincuenta grandes barcas, convenientemente arregladas, pertenecientes a los diversos sectores de la ciudad, que habían ido a saludarla.

Antonio de Guaras, autor de “Spanish Chronicle”, describió cómo no se veía nada en seis kilómetros salvo: “barcas y botes todos adornados con toldos y alfombrados, que daban gran placer de contemplar”. En cada barca, según el posterior relato oficial iban “trovadores que producían una dulce armonía”. Cuando la reina Ana llegó a la Torre de Londres, el rey Enrique la recibió con amoroso semblante en la puerta posterior, junto al agua y la besó públicamente.

La elegancia de la reina Ana combinaba lo virginal con lo deslumbrante.

“Su magnífico pelo negro caía sobre su espalda como el de una novia, y llevaba algunas flores en la mano. Su traje de brocado carmesí estaba cuajado de piedras preciosas, mientras que alrededor del cuello lucía «una sarta de perlas más grandes que garbanzos», según De Guaras

Un manto de terciopelo púrpura remataba el conjunto, mientras que sus damas iban también vestidas de carmesí.

Un largo panegírico en latín había sido escrito para Ana por el celebrado gramático Robert Whittington en Año Nuevo mientras ella aún no era más que «la más ilustre y bella heroína Lady Ana, marqués de Pembroke». Whittington había hecho una serie de comparaciones con el mundo clásico:

¡Salve, Ana!, joya que brilla muy graciosamente,

 

este año será dichoso y favorable para vos.

 

Veréis años, meses y días tan felices como

 

los que vio Livia, la consorte de César.

Ella había presenciado todo aquello que le había proporcionado placer durante la larga procesión de la Torre de Westminster. Es cierto que el agorero español comentaba la escasez de los gritos leales: pocas eran las exclamaciones de «¡Dios os salve!», que había sido la expresión habitual del pueblo cuando pasaba «la reina santa» (Catalina). En su momento, la reina no contó con el apoyo del pueblo británico, ya que la tacharon de prostituta por haberle usurpado el trono a Catalina de Aragón.

A las ocho en punto de la mañana siguiente, la reina Ana Bolena, acompañada de damas nobles acudieron a la abadía de Westminster. Ahí ella recibió su corona con todas las ceremonias, como correspondía.

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La abadía de Westminster.

Ana Bolena, mártir cristiana. 

La historia de Ana Bolena termina cuando ésta se gana la hostilidad de los miembros más influyentes de la corte debido a su carácter caprichoso y arrogante, lo que la dejó sin apoyos políticos cuando su matrimonio entró en crisis.

La pareja se consolidó definitivamente con la noticia del embarazo de Ana, que los astrólogos y magos anticiparon era un niño. Se equivocaban. Pues nace otra niña, la futura Isabel I, condenada como la hija de Catalina a una infancia traumática. En 1534, Ana tuvo un aborto y, en enero de 1536, dio por fin a luz a un niño que, sin embargo, murió a las pocas horas, lo que significó su definitiva caída en desgracia.

Solo unos meses después, Ana fue decapitada en la Torre de Londres acusada falsamente de emplear la brujería para seducir a su esposo, de tener relaciones adúlteras con cinco hombres, de incesto con su hermano, de injuriar al Rey y de conspirar para asesinarlo.

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Ana es acusada de adulterio.

La condena se produjo tras un juicio que fue promovido por sus enemigos en el palacio y auspiciado por el rey. Tras permanecer diecisiete días encarcelada; según los testimonios contemporáneos, su comportamiento fue digno y calmo, incluso en el patíbulo, a fin de preservar de la cólera del rey a su hija Isabel. El 19 de mayo de 1536, Ana Bolena subió las escaleras del patíbulo instalado en el patio de su prisión y se dirigió a los presentes antes de su ejecución:

“No quiero acusar a ningún hombre, ni justificarme de mis decisiones, solo deciros que rezo a Dios para que proteja al rey y le conceda un largo reinado porque es el más generoso príncipe que hubo nunca: para mí fue siempre bueno, gentil y soberano. Y si alguna persona se vincula a mi causa, les requiero que obren en conciencia. Acepto pues mi partida de este mundo y solo les ruego que recen por mí…”

Con un vestido de seda de damasco gris, envuelta en una capa de armiño y acompañada por sus damas de honor, Ana Bolena se encaminó al patíbulo donde, minutos más tarde, un verdugo le cortaría la cabeza.

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Cuatro damas de honor acompañan a Ana al patíbulo.

Posteriormente sería vista como mártir cristiana, que fue condenada injustamente. Nunca se ha probado documentalmente la culpabilidad de Ana Bolena en los cargos que la llevaron a la muerte. Casi con toda probabilidad, la reina fue víctima de un complot urdido para eliminarla del trono cuando quedaron en evidencia sus escasas posibilidades de tener hijos varones. La mayoría de los historiadores considera infundadas las 22 acusaciones de adulterio que se presentaron en contra de Ana Bolena y es improbable que ésta conspirara para asesinar al rey, puesto que era su principal valedor y fuente de poder.

Sin embargo, su reputación de mujer frívola, su gusto por la compañía masculina y su indulgencia con el galanteo y los juegos del amor cortés llevaron a que el monarca y muchos otros la creyeran culpable.

El hijo de Jane Seymour, que reinó con el nombre de Eduardo VI, murió siendo todavía muy joven y sin dejar herederos. Ascendió entonces al trono la hija de Catalina de Aragón, la católica María I de Inglaterra. Su muerte sin hijos en 1558 deparó la subida al trono de Isabel I de Inglaterra, hija de Ana Bolena. La nueva reina condenó a la dinastía Tudor a la desaparición, al negarse obstinadamente a contraer matrimonio. Sin duda, la terrible muerte de su madre y la personalidad tiránica de su padre influyeron en la soltería de la reina.

En su época a Ana Bolena se le apodó “la mala perra” y, según el diccionario actual de la RAE, una “ana bolena” es una “mujer alocada y trapisondista”. Algo así como una mujer traicionera y poco de fiar.

Cuéntanos ¿qué opinas de la historia de Ana Bolena? ¿Conocía la trágica historia detrás del bello rastro de Ana Bolena?

Por: Elisabet R. Jiménez Dávila

 

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