#hoysupe sobre la chiquilla traviesa llamada Anastasia Nikoláyevna Románova…
Recuerdo que me gustaba mucho andar correteando por el palacio, y realmente disfrutaba asustar a los guardias y a las cocineras. Crecí teniendo tres hermanas mayores y un hermano menor. Mis padres eran Nicolás II y Alejandra Fiódorovna, zar y zarina de Rusia (algo así como los emperadores). Mi nombre significa “resurrección”, y la gente cuenta que me llamaron así porque mi papá liberó a un grupo de estudiantes que habían hecho un disturbio.
Muchos piensan que por haber crecido en el palacio era la típica princesa mimada, pero desde pequeña fui criada sin lujos. ¿Puedes creer que mi cama, la cama de una princesa, era un duro catre? ¡y no tenía almohada! Me bañaba con agua helada y mis padres me exigían un cuarto limpio y ordenado.
Recuerdo las largas clases de costura e ir a vender las prendas por una buena causa. A veces era divertido, pero otras veces era muy aburrido. Me gustaba mucho hacerle bromas a los sirvientes y a mis hermanas. Recuerdo una vez que una de las ayudantes de la cocina iba saliendo con una cubeta de agua, y le pegué un susto tan fuerte ¡que derramó la mitad del agua! Hubo otra vez que subí al árbol que estaba detrás del palacio (uno de tantos) y nadie logró bajarme. ¡Era muy gracioso ver las caras de desesperación y enojo de parte de los sirvientes!
Me acuerdo mucho que cuando jugábamos a las peleas de nieve varias veces dejé a mi hermana Tatiana tirada en el suelo. Tuve un problema en la espalda que requería dos masajes por semana ¡ay, pero cómo los odiaba! Dolía y era muy incomodo estar acostada por mucho tiempo. Así que me escondía en el clóset o debajo de mi cama, y disfrutaba el tiempo que duraba sin que me encontraran.
Nuestra vida comenzó a cambiar con la llegada de Rasputín, o «nuestro amigo», como mamá lo llamaba. Pasaba mucho tiempo en el palacio hablando con papá y mamá. El problema fue que la gente se empezó a enojar con mis padres, porque no querían a Rasputín. En 1917 estalló una revolución en mi país. Recuerdo ese día en el que un grupo de gente entró al palacio y nos llevaron a la fuerza a una casa pequeña. Al principio fue muy difícil, mis hermanas y yo llorábamos todo el tiempo y siempre estábamos asustadas. Pero conforme fue pasando el tiempo comencé a organizar juegos, representaciones, obras de teatro, que nos ayudaban a no aburrirnos. Esto hacía reír a carcajadas a mis papás, y yo disfrutaba mucho verlos felices. Fueron los dos meses más largos de mi vida. Hasta que una noche, mientras mi familia y yo dormíamos, un grupo de hombres entró bruscamente a la casa. Nos despertaron y nos hicieron vestirnos para llevarnos a la sala. Nos dijeron que nos iban a cambiar a otra casa, pero que antes nos iban a tomar una foto. Mi mamá pidió permiso para que ella y mi hermanito se sentaran. Después de acomodarnos, los hombres sacaron una pistola y apuntaron a mi padre, diciendo que estábamos condenados a muerte. Después de eso, lo único que recuerdo son los gritos de mis padres y mis hermanas. Mi hermana María y yo nos abrazamos en un rincón llorando, esperando nuestro triste fin.
Mi historia siguió viva por un buen tiempo, ya que corría el rumor de que seguía viva. Muchas mujeres intentaron hacerse pasar por mí, reclamando los derechos reales, pero ninguna lo consiguió.
Hoy quisiera que me recordaras como alguien que supo disfrutar la vida en medio de los problemas, haciendo algo bueno por los demás, manteniendo una actitud alegre, y riendo aún en medio de los problemas.