#hoysupe qué le pasó a la oreja de Van Gogh.

La gente cree que estoy loco porque me corté una oreja para luego regalársela a una prostituta.

Creen que estoy loco porque no recuerdo lo que sucedió esa noche. Dicen que necesito atención especial y por eso me tienen aquí, encerrado. ¡No saben que lo único que logran es aumentar mis episodios creativos! Hasta se me está antojando pintar algo como una noche estrellada.

Pero bueno. A ti querido lector de #hoysupe, y solo a tí te contaré lo que sucedió con mi oreja. Pero para que me entiendas tengo que contarte un poco de mi historia.

La oreja de Van Gogh

La oreja de Van Gogh

Nací un día como hoy pero el 30 de marzo de 1853 en un lugar de Holanda. Mi nombre completo es Vincent Willem van Gogh. Yo no lo sabía, pero estaba destinado a ser nervioso, depresivo, bien loco y un gran maestro de la historia del arte.

De chico intenté trabajar en una galería de arte y fracasé. Luego pasó lo mismo con mi intento de ser pastor.

Fue hasta 1880 cuando me entró la idea formal de ser artista, para que más tarde, en 1886 me mudara a París con mi hermano Theo, que dicho sea de paso, me trató muy bien, financiando gran parte de mi estadía y acercándome a muchas expresiones artísticas, especialmente impresionistas.

Fue en esta época cuando descubrí el estilo que mejor define mi esencia.

Así conocí a varios artistas, uno de los cuales fue Paul Gauguin.

Todos dicen que estoy un poco loco. En 1888 decidí mudarme al sur de Francia, donde – en mi mente – quería fundar una colonia de artistas. Vivía en un lugar que yo mismo llamaba “la casa amarilla”, era mi hogar y mi estudio. Ahí nacieron los girasoles que a tantos encantan.

Tuve la bipolar idea de invitar a mi amigo Gauguin a vivir y trabajar juntos: nos metíamos de lleno en nuestras obras y peleábamos con frecuencia, el carácter de ambos no daba para menos.

La noche del incidente no fue la excepción. En uno de mis comunes ataques de demencia, intenté atacarlo, ya no se si con un cuchillo o con una navaja de afeitar. Gauguin, que era buenísimo para la esgrima, se defendió tan bien que cortó un pedazo de mi oreja izquierda.

Entramos (tal vez) en razón, para darnos cuenta del chisme que se podía generar si la gente se enterara. Mejor optamos por hacer un pacto, de hombres, locos pero hombres: no decir nunca lo que pasó.

Nos inventamos la historia de la navaja y la automutilación y pues aquí estoy, encerrado, pintando y confesándote la verdad.

Mi hermano también piensa que estoy loco. Un día le mandé una pista pero no la entendió: “Qué suerte que Gauguin aún no está armado con pistolas y otras peligrosas armas de guerra”.

A Gauguin, que a veces se le va la onda, tuve que recordarle sobre nuestro pacto: “Me mantendré callado sobre esto y tú también”. Aún así no nos han descubierto.

La gente cree que estoy loco, que soy un genio y que digo mentiras.
Pero no te preocupes, el Van Gogh que está escribiendo esto siempre dice la verdad.

O no.